La guerra contra Irán pone en jaque un corredor maritimo (el Golfo Pérsico) por donde se trafica hasta un 40 por ciento del petróleo en el mundo. Cómo desarrolló su programa nuclear Irán y qué papel juegan Israel y Estados Unidos. ¿Qué intereses de China y Rusia están en la mesa? En este artículo de nuestro columnista Gustavo Reinoso te acercamos un panorama lo más completo posible.
Al atardecer del sábado 21 de junio, mientras redactaba este artículo, me sorprendió la noticia; al menos siete bombarderos B-2 “Spirit” de la fuerza aérea de los Estados Unidos atacaron las instalaciones del programa nuclear iraní en Isfahán, Natanz y Fordow. Para vulnerar las instalaciones iraníes, subterráneas y protegidas por muros de hormigón, la acción militar utilizó las bombas MOP-GBU-57, capaces de llegar hasta 60 metros de profundidad y detonar. El ataque, denominado “Operación Martillo de Medianoche”, también incluyó el lanzamiento de 30 misiles BGM 109 “Tomahawk” desde los buques y submarinos misilísticos estadounidenses que patrullan las cercanías del Golfo Pérsico. El conflicto, iniciado el pasado 13 de junio con las incursiones aéreas de Israel contra la república islámica, asume ahora una traza impredecible.
Occidente y, particularmente, su potencia regente, Estados Unidos, es proclive a sembrar las semillas de sus problemas futuros; así ocurrió con los talibanes afganos, entrenados y equipados por los estadounidenses en el marco de la guerra fría en los años ochenta del siglo pasado, idéntico es el origen del grupo extremista “Al Qaeda”.
El programa nuclear iraní no podía ser la excepción. En el marco de la iniciativa “Átomos para la Paz” del presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, en 1957 se inició el desarrollo de la tecnología nuclear en Irán, entonces gobernado por el Shah Reza Pahlevi, quien, tras el derrocamiento del gobierno constitucional de Mohammad Mosaddeq, encabezaba una autocracia aliada de Occidente. Los norteamericanos ayudaron a establecer el Centro de Investigación Nuclear de Teherán y, en 1959, donaron al país persa su primer reactor nuclear de 5 megavatios. El planeamiento a futuro era la construcción de 23 plantas nucleares de generación de energía eléctrica con apoyo técnico y financiero de Estados Unidos.
Para principios de los años 70, la perspectiva de las grandes transnacionales norteamericanas como Westinghouse Electric o General Electric era hacer grandes negocios equipando las futuras centrales nucleares iraníes. Los alemanes, a través de la concesión de multimillonarios contratos a Siemens AG y al grupo ThyssenKrupp, en la construcción de la central nuclear de Bushehr, se llevarían su parte. Al mismo tiempo, un consorcio franco-belga «Eurodiff» se encargaría del enriquecimiento de uranio.
La revolución islámica de 1979, que derrocó al shah y dio nacimiento a la república islámica, truncó los planes. Convertido Irán en irreductible adversario de Occidente e Israel, las inversiones se retiraron, causando un descalabro en el programa nuclear del país de los ayatolas y el consiguiente retraso de años en el desarrollo de la tecnología necesaria para la generación rentable de electricidad. Más adelante, desde 1995, Irán obtuvo la cooperación rusa y china para finalmente terminar de construir, bajo la supervisión de la agencia nuclear de la ONU, la planta nuclear de Bushehr, que entró en funcionamiento en el año 2013.
Desde el año 2002, mientras Irán desarrollaba su capacidad para generar electricidad a partir de fisión nuclear, surgieron acusaciones de un probable programa nuclear militar secreto. Uno de los primeros en dar la voz de alarma fue un disidente iraní, Alireza Jafardazeh, quien difundió la información de que la república islámica producía agua pesada en Natanz, sin informar a la Agencia Nuclear de la ONU.
El conflicto diplomático en torno a esta materia, con sus idas y venidas, que incluyeron pausas voluntarias de Teherán en su desarrollo técnico, inspecciones de la agencia nuclear de las Naciones Unidas a las instalaciones iraníes y el acuerdo de 2015, del que se retiró Trump en su primer mandato, gira principalmente sobre el enriquecimiento de uranio. El uranio altamente enriquecido, con una concentración mayor al 20%, puede ser usado para reactores de fisión rapid y para la medicina, y desde una concentración de 80% para armas nucleares. Israel y las potencias occidentales acusan a Irán de pretender obtener armamento nuclear, imputación que las autoridades iraníes rechazan, asegurando que la finalidad perseguida por su búsqueda de uranio altamente enriquecido es científica y pacífica.
Irán es una superpotencia energética: séptimo productor mundial de petróleo, ocupa el tercer puesto a nivel mundial en la posesión de reservas probadas de oro negro en su territorio. Es el tercer país con mayor producción de gas natural en el mundo y el segundo poseedor de reservas probadas de gas natural. Además, se encuentra en una situación geográficamente privilegiada en lo que respecta al Golfo Pérsico, una angosta porción de mar por donde transita el 20% del petróleo comercializado en el mundo. Crucial en esta intensa navegación es el estrecho de Ormuz, punto en que el mar solo llega a los 38 kilómetros de anchura entre las costas de Irán y del sultanato de Omán, en la península arábiga. La posibilidad de un bloqueo de esta ruta marítima como represalia iraní es un pesadilla para Occidente. Su efecto sobre el precio del petróleo corre el albur de ser brutal y forzaría casi seguramente una acción militar, elevando aún más la escalada del conflicto.
La funesta trama que trajo al Oriente Medio a esta situación bélica de impredecibles consecuencias para la región y el mundo es de autoría compartida, pero sin duda sobresale la responsabilidad del expansionismo territorial israelí, cuyo gobierno, presidido por Benjamín Netanyahu, ocupa territorios palestinos en la franja de Gaza y causa una tragedia humanitaria en la población civil de ese territorio. También patrocina la colonización judía de Cisjordania, pretende anexionarse los altos del Golán arrebatados a Siria y reivindica la capitalidad del estado sionista en Jerusalén, contraviniendo las disposiciones de la ONU al respecto. Este intento de construir a costa de sus vecinos el “Gran Israel”, el Eretz Yisrael de la derecha nacionalista y religiosa israelí es, y será mientras subsista, fuente permanente de enfrentamientos en la región.
China y Rusia mantienen estrechas relaciones económicas e incluso de cooperación militar con Irán, aunque no en el nivel de asistencia militar mutua y recíproca. Por de pronto, tanto Moscú como Beijing condenaron la acción militar norteamericana, tachándola de irresponsable y de traer aparejadas imprevisibles consecuencias para la región y el mundo.
China tiene inversiones importantes en infraestructura en Irán; el metro de Teherán fue construido por empresas chinas, el tren de alta velocidad que conecta las ciudades de Teherán y Mashhad también fue construido por consorcios chinos. Las inversiones chinas en Irán incluyen los campos de la tecnología, el comercio, las finanzas y la industria militar. Según varias estimaciones, China es el principal socio económico de la república islámica.
La gravedad de los últimos acontecimientos exige prestar muchisima atención a los pasos que siga el gigante asiático en torno a la volátil región del oriente próximo. Rusia, potencia poseedora del mayor arsenal nuclear estratégico del mundo, enfrentada con Occidente en Ucrania, estrechó sus vínculos con Irán, particularmente en el campo de la cooperación en industria militar. Ambos países comparten una visión multipolar hostil a la hegemonía global de Estados Unidos y sus aliados. El Kremlin resguardará sus intereses a todo trance en medio de un orden mundial establecido tras el fin de la Guerra Fría, que se derrumba ante nuestros ojos. Las perspectivas para la paz son sombrías. Esperemos que, sorpresivamente, las partes en conflicto encuentren una salida diplomática a los varios entuertos de Medio Oriente, una posibilidad bastante borrosa hoy por hoy en el horizonte.
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