Nadie sabe con exactitud cuándo llegarán al cementerio porque tratan de demorar el funeral, pero es un ritual cercano e inevitable.
Dan pasos para evitar la culminación del oficio funerario y de pronto parece que lo logran porque se mueven frente a nuestros ojos, o porque declaran ante el público, pero se trata de conductas necesariamente postreras.
El desacierto de sus pasos, cada vez más divorciados de la realidad, pero en especial lo que han hecho para buscar la sobrevivencia, no pocas veces vergonzoso, es la insólita paletada de tierra que mueven ellos mismos para abrir el agujero y penetrar hasta el fondo de la fosa.
Es un declive que sucede debido a hechos que solo son atribuibles a ellos, únicamente a ellos, y debido a los cuales dejan abierto el camino de sus reemplazantes.
Esos reemplazantes son o quieren ser los actores de un proceso diverso, porque se trata de criaturas de otra procedencia, formadas en otra cartilla ética y que han sorteado o vienen sorteando los desafíos de los negocios públicos con una pericia indiscutible, pero también porque la debilidad o la precariedad de quienes ocupaban el centro de la escena se los facilita.
El asunto no tiene qué ver con la edad cronológica de los que están labrando el sendero de su despedida, sino esencialmente con la evolución de unos pasos caracterizados por pecados mortales contra el republicanismo o contra la simple decencia cívica, por manchas que no se pueden quitar en ninguna tintorería, por más habilidosa o alcahueta que sea.
Lo trascendental de lo que se está anunciado importa como ninguna otra realidad venezolana debido a que lo estamos presenciando, a que lo estamos viviendo entre la perplejidad y el asco. Las peripecias de la selección de la candidatura presidencial de la oposición son su evidencia palmaria, su apabullante testimonio.
Cuando la pestilencia es excesiva las narices de los pueblos buscan aires limpios y vivificantes, mientras la gente más activa remienda y pule las campanas para que doblen fuerte cuando termine el desfile de los moribundos.
Para que todos estén despiertos. Para que nadie se pierda la noticia. Tales moribundos serán parte de una historia de digestión trabajosa, muy trabajosa, pero que terminó.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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