Tiene 30 años y al igual que cerca de dos millones de niños en Colombia, a los 5 años, Luisa Zapata no tenía mamá, cargaba bultos en la plaza de mercado, reciclaba y aguantaba hambre. En esas circunstancias no parecía tener un futuro muy prometedor, pero con discplina, tenacidad y el apoyo de Bancamía, uno de los 39 bancos que firmó el Pacto por el Crédito con el gobierno de Gustavo Petro, se libró de los préstamos gota a gota, confecciona chaquetas bajo su propia marca Emluja y genera empleo.
La marca Emluja es un acróstico como lo es el nombre Maluma o la canción que Shakira les compuso a sus hijos. Para la confeccionista, Emluja alude a Em por Emanuel, el hijo mayor de 12 años; lu por Luisa y ja por las iniciales de su esposo Javier Garzón quien renunció a su trabajo para convertirse en plotero en la fábrica de la familia a la que después llegó Jerónimo, el menor de sus hijos, de 6 años.
Actualmente, Emluja produce todo tipo de chaquetas deportivas, pero hay un largo camino detrás para llegar a este punto. Con voz recia y entusiasta como si hubiera acabado de iniciar su negocio, Luisa Zapata recuerda sus comienzos con “agujita en mano cuando lo que hacía era remendar”. En ese entonces no tenía conocimientos, pero sí una vecina dueña de un pequeño taller de confección y a su hijo recién nacido. Así empezó haciendo “costuritas normales”.
Trabajó cerca de un año en el taller, hizo algunos ahorros porque quería comprar una máquina y con una pequeña liquidación de su tiempo laborado, que le cayó como anillo al dedo, consiguió una de segunda, puso un letrero en su casa del barrio Restrepo y comenzó a hacer arreglos de todo tipo como lo prometía el aviso.
Por la cabeza de Luisa, como un mantra, solo pasaban dos palabras: puedo y quiero, pues su hijo estaba muy chiquitico y no tenía con quien dejarlo. Se arriesgó y empezó a recibir lotes de 100 sábanas que cosía en la casa.
Luego, contrató otra persona, madre como Luisa, y consiguió otra máquina con un “prestadiario” como llama Luisa a los prestamistas gota a gota. Las cuotas eran demasiado altas y para cumplir, recibía dos, tres y cuatro lotes de sábanas más los arreglos y algunas chaquetas cortadas para ensamblar.
Seis meses después, Luisa se lanzó al agua. Compró una chaqueta para sacar el molde y decidió sacar sus propios modelos. Invirtió $ 342.000 en comprar tela. Prácticamente, trabajaba de día y noche, pero era su negocio propio y el sacrificio valía la pena.
La primera producción fue de 56 prendas. “Me quedaron hermosas”, recuerda, y las vendió todas. Ese triunfo la animó y pensó en hacer su propia marca, sus propias prendas, pero tropezó con el obstáculo de que no tenía vida crediticia y un banco al que acudió, le negó el crédito. No niega que quedó aburridísima y mil veces se preguntó: “¡¿Por qué no confían en mí, ni siquiera me dan la oportunidad?!”
Cómo le sirvió el Pacto por el Crédito suscrito por Bancamía a la confeccionista
Con perseverancia, por no llamarla terquedad, Luisa Zapata continuó tocando las puertas de los bancos. Por sugerencia de dos personas con las que trabajaba, llegó a Bancamía y en cuestión de dos o tres días, la entidad hizo el respectivo estudio.
Para ella, la aprobación del préstamo, que hace parte de los 563.108 créditos aprobados por 2 billones de pesos, desde septiembre de 2024 a marzo de 2025 para la economía popular, como sector priorizado en el Pacto por el Crédito de los banqueros con el gobierno Petro, fue algo muy grande en ese momento.
No por el monto, que fueron dos millones de pesos para comprar materias primas, sino porque además de contribuir como las grandes empresas a reactivar la economía, podía generarle bienestar y progreso a su familia. “¡Era como si estuviera estrenando casa!”.
Con este compromiso entre manos, trabajaba y aprendía nuevos trucos del oficio hasta la 1 o 2 de la mañana. Muy motivada, pensó en que había llegado el momento de contratar talleres satélites y a más empleados como Néstor, padre de dos hijos o Lorena, quien también ha seguido sus pasos para montar su propio taller.
Con Luisa Zapata, fundadora y dueña de la empresa de confección de chaquetas Emluja, desde hace cinco años, trabaja Néstor, padre de dos hijos.
Luisa siempre ha sido muy cumplida con el pago de sus créditos y máxime después de liberarse de los prestamistas gota a gota. Con su esposo que se aprendió el oficio de plotero, ahora Emluja saca moldes, corta las chaquetas, las envía a talleres satélites y luego las recibe enteritas.
Luisa Zapata se siente orgullosa de sí misma. Agradece la oportunidad que ha tenido para salir adelante, emprender, tener el taller y apoyar a otras mujeres, quienes llevan a sus hijos o trabajan en la casa porque no pueden dejarlos solos. Se pone en los zapatos de ellas, quiere que ellas abran sus alas, vuelen y ve, como si fuera en una película, su propia historia de superación a sus 30 años.
Emluja tiene ocho máquinas adicionales a las de cortar y Luisa tampoco deja de soñar. Agradece a Dios, a todas las personas que sí le abrieron las puertas y a su familia porque “todos somos equipo”, pues su hijo Emanuel a veces dobla y empaca chaquetas o pone marquillas y a Jerónimo, de 6 años, le gusta organizar capotas. Semanalmente, producen entre 300 y 400 chaquetas. El promedio es de 50 o 70 diarias.
Con esta experiencia, que le permitió constatar que es más fácil acudir a los bancos, y en su caso a Bancamía más que a los prestamistas gota a gota, Luisa Zapata le pide al sector financiero que le ofrezcan oportunidades a las mujeres y a las personas que quieren salir adelante.
Ahora, Luisa tiene sus esfuerzos concentrados en su familia y en Emluja. Quiere que en otros países conozcan su producción de chaquetas y empezar a exportar, crecer mucho, darle tranquilidad a su familia y tener una buena vejez pues, aunque está muy joven, está trabajando desde los 5 años y sabe que los hijos crecen y se van.
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